lunes, 1 de febrero de 2016

Hogar, Dulce Hogar

Aquella tarde, poco antes del anochecer, los pequeños consiguieron por fin encontrar la casita de chocolate y dulces siguiendo las indicaciones de los árboles color tierra, tal y como rezaba la leyenda. Y cuando la tuvieron ante ellos, tan cerca que podían olerla, sus ojillos traviesos brillaron con los últimos rayos de sol, y sus sonrisas llenas de diminutos dientes decoraron sus alegres rostros.
Y allí se quedaron. Y comieron y comieron: mordiendo, lamiendo y tragando entre juegos y risas. Ella esperaba que consiguieran saciarse antes de demoler todo su hogar, pero parecía que el ansia de los menudos monstruos no tenía límite.
Cuando la encontraron llevaban ya horas engullendo sin parar, como pequeñas larvas hambrientas y desordenadas. No pudo saber cuántos eran, pues ya no quedaba luz suficiente para distinguir sus glotonas caritas. Apenas tuvo tiempo para emitir un gemido de terror, ahogado por el enjambre cuando se abalanzó sobre ella. Aquel hambre no tenía límites. 
La devoraron deprisa, afortunadamente, y no tuvo mucho tiempo para darle vueltas a la situación. Aunque si el suficiente para percatarse de que, posiblemente, debió haber hecho caso a su madre y construir su casa de madera y piedra, con una buena cerradura de forja como una bruja normal y decente. Por ser creativa había acabado siendo el relleno de su propio pastel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario