Claudia
llevaba viendo aquel libro a través de la ventana de su cuarto desde
que tenía uso de razón. Siempre había estado ahí, al otro lado del
patio, tras las desvencijadas y eternamente sucias cristaleras del salón
de su vecina. Y siempre le llamó la atención. No porque fuese un libro
grande, ni grueso... Tenía un tamaño muy normal; sino porque era rojo.
Era muy rojo. La cubierta de piel era de un carmesí brillante que no
había perdido un ápice de lustre a lo largo de los años. Un rojo tan
vivo que, a veces, a Claudia le daba la impresión de que el libro se
movería en cualquier momento. Era como si quisiera echar a volar pero no
le dejaran, allí encerrado con el resto de volúmenes polvorientos.
Había
pasado años fantaseando sobre aquellas páginas: ¿De qué
trataría? ¿Sería su contenido tan rojo y vibrante como aquella
portada?... A veces, inventaba historias, o poemas, o cuentos que
podrían estar dentro de aquel libro, y las escribía en cientos
de cuadernos rojos. Otras veces, dibujaba aquel libro, una y otra vez, y
lo decoraba con miles de títulos con letras de diferentes tipos y
colores, y lo ilustraba con criaturas imposibles y paisajes lejanos.
Un
día, cuando aún casi ni alcanzaba el timbre de enorme puerta, llamó a
casa de su vecina. No era una anciana amargada e inquietante, ni una
preciosa mujer con ese aspecto de tener miles de excitantes secretos que
tienen normalmente las mujeres preciosas. No. Era una señora normal.
Algo mayor. Quizá un poco descuidada comparada con la madre de Claudia.
No era seca, pero tampoco amable. Desde luego, no tenía aspecto de tener
un misterioso libro volador con increíbles historias en su interior
colocado en una anodina vitrina de su salón. Claudia se armó de valor y
le preguntó por el libro rojo. No lo quería para ella - le dijo a la
mujer - sólo quería saber qué había dentro. Quería saberlo con todas sus
fuerzas.
La mujer se quedó unos segundos callada, parpadeando lentamente, como un sapo medio dormido, y le dijo:
-
"No sé de qué trata el libro. No lo he leído. No he leído ninguno de
los libros de ese armario. Es heredado, y no tengo la llave"
- "Pero..."- Protestó la niña, perpleja - "¿no tiene curiosidad por saber qué historias hay dentro de todos esos libros?"
-
"Nena" - Respondió la mujer con mal disimulada impaciencia - "Cuando
seas mayor, entenderás que la vida ya da demasiados problemas para
preocuparse por los que otros inventan"
Claudia
no recordaba, a estas alturas, el resto de la conversación, pero las
palabras de aquella mujer le revolvieron el estómago. Nunca más quiso
hablar con ella. Y desde entonces, el libro rojo le dio mucha pena...
¡Todos aquellos libros, encerrados sin poder contar sus historias!
Hoy,
muchos, muchísimos años después, Claudia ha recibido un paquete de su
madre. Es un paquete rectangular, de cartón, marrón oscuro, y dentro
está su libro rojo. Reconocería ese libro entre mil libros igual de
rojos. Su madre, siempre parca en palabras, ha incluído una nota en el
paquete que sólo dice: "Ella me lo ha dado para tí". Y ahí están los
dos, el libro y ella. No hay letra alguna en las tapas, ni ilustraciones
exóticas. De hecho, no hay absolutamente nada. Sólo piel teñida de
rojo. Ahora que mira el libro de cerca, sí que parece viejo, y el color
no es tan vivo como lo recordaba. Por algún motivo, fuera de aquella
vitrina, tiene un aspecto bastante normal. Pero aún así no lo ha abierto
aún. Tiene miedo de que el contenido sea desilusionante... Al fin y al
cabo, hay diez cajas de cuadernos rojos en casa de su madre repletos de
historias y sinsentidos inspirados por esa caja de piel de aspecto
inofensivo... ¿Qué pasaría si el contenido no estuviera a la altura?
Finalmente la joven respira hondo y abre el libro rojo.
No hay historias.
No hay ilustraciones.
Blanco sobre blanco.
Nada.
No es un libro.
Es un cuaderno.
Un cuaderno en blanco con tapas de piel muy rojas.
Claudia
tarda unos minutos en reaccionar. Al principio, no sabe qué pensar. Es
como si se le hubieran oxidado las juntas de repente.
Después ríe.
Ríe a carcajadas.
Ríe con todas sus ganas.
Tanto
que le tiembla la vejiga. Tanto que le acaba doliendo un poco la
mandíbula. Porque el libro no está vacío. Ese libro rojo con páginas en
blanco tiene dentro, concretamente, diez cajas de cuadernos rojos
repletos de historias y sinsentidos ¡Es un libro excelente!
Claudia
hace entonces dos cosas: llama a su madre y le dice que le entregue
esas diez cajas de historias a su vecina, sin preguntas. Y luego se
sienta frente al libro... No: el cuaderno rojo, coge un bolígrafo y se
pone a escribir... "Llevaba viendo aquel libro a través de la ventana
de mi cuarto desde que tuve uso de razón..."